ÁNGELA DEL ALBA
PACIMO

En el Paraíso, milagroso fue encontrarte,
y en la madrugada prodigioso conocerte.
Entre las sombras, sentí los ojos moros
y las pupilas de los bravos toros.
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No imaginaba el terso nido de esa gruta
que escondido entre la pelambre hirsuta
lloraría tanto al recibir la vida enfurecida
con fervor de vertical sonrisa agradecida.
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De pecado apasionada y el alma bien sembrada,
llegaste al cielo jadeante y deslumbrada,
y yo, no supe pensar de nada;
solo viví las olas y la mar alborotada
sobre la loma de fulgor destellante y saturada.
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Y ese instante mas allá del horizonte,
al desbordarse el rojo, el azul, y el púrpura del monte,
cuando apenas sobra un hilo de conciencia anonadada,
circunstancia vital en la carne arraigada,
entonces, sufrí en el hueso el trueno sordo
y el rayo negro de la erupción desmesurada, eterna y agotada.
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¡Y al despertar de ese dulce sueño,
glorioso premio al músculo rendido,
y encontrar tu perfil sobre la almohada,
la cabellera enmarañada y Cupido aún dormido,
la verdad es que siento con la raza haber cumplido!

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